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Fuente: LaLiga.es |
Dice
el refranero que la música amansa a las bestias. Claro que, quien
acuñó tal afirmación, estaría pensando en sonidos celestiales. La
música de viento abarca desde las notas más dulces de una flauta
travesera hasta las trompetas del Apocalipsis y dudo muchísimo que
estas últimas amansen a nadie.
En
un campo de fútbol, la música de viento parte desde la afición. El
sonido de los pitos no calma los ánimos, los desquicia: se puede
intentar poner histérico al rival silbando cada vez que coge la
pelota, una táctica tan antigua como el propio deporte. Ahora bien,
también es posible pitar a tus propios jugadores, generando un
efecto totalmente contraproducente. Por supuesto, es algo legítimo
(mientras a la LFP no le de por prohibirlo también), pero en rara
ocasión ha generado un despegue de rendimiento.
Hace
dos temporadas, Osasuna decía adiós a la Primera División tras
sólo un año de andadura. El último partido en El Sadar, con el
equipo ya descendido, desató una horda de cánticos de ánimo y
apoyo envidiables. El comentarista de aquél encuentro en beIN LaLiga
afirmaba que era difícil despedirse de ese equipo, de ese estadio y
de esa afición. Parecía que un público que había sobrevivido a
una deuda millonaria, un proceso por supuestos amaños, una salvación
milagrosa en Sabadell, un año desastroso deambulando por Primera y a
Cadamuro podía con todo. Pero, de repente, la música de cuerdas
(vocales) que nacía desde la grada se tornaba en sonidos de viento
la campaña pasada. En ocasiones para todo el equipo, en otros
momentos focalizando en determinados jugadores. Y, de momento, este
curso ha comenzado de manera similar.
Es
como si algunas de las personas habitantes de la grada de El Sadar
hubiesen identificado a determinados jugadores rojillos como rivales.
Como si se hubiese generado una pelea entre dos bandos y estos
jugadores necesitaran gritar, más pronto que tarde, algo como: “¡Que
soy compañero, coño!” Parece que hubiera gente con ganas de
montar gresca y que, al verles, exclamara: “¡Son del Zaragoza y me
han agredido! ¡No me toques!” Todo esto mientras ellos continúan
jugando con cara de aturdidos, con la zamarra rojilla y no la maña, y dándole vueltas al asunto en su
cabeza.
Mientras
las trompetas del Apocalipsis siguen rondando el feudo rojillo, un
grupo de irreductibles galos no deja de lado su música de percusión
y de cuerdas (vocales). Porque, al fin y al cabo, tan legítimo es lo
uno como lo otro. Eso sí, lo que ha quedado más que demostrado
históricamente es que los efectos que generan ambos tipos de sonidos
son completamente opuestos. Cada cual elige su estilo, cada cual
decide qué quiere provocar en sus jugadores.
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