Sirigu feliz, o triste, o enfadado... Nunca lo sabremos. | Fuente: LaLiga - Navarra Deportiva |
Cuando, en el último día del
mercado de fichajes de invierno, Osasuna hacía oficial la incorporación del
guardameta Salvatore Sirigu, pocos fueron los que cuestionaron su llegada, al menos
deportivamente. Aquello era una locura. ¿Cómo podía ser posible que un equipo
como Osasuna, prácticamente desahuciado, lograra la cesión de un portero del
caché del italiano? Un porrón de partidos con el todopoderoso PSG a sus
espaldas, internacional absoluto con la escuadra italiana, experiencia en Champions
League… Fueron diversos y rocambolescos los factores que propiciaron su
aterrizaje en Pamplona, pero a la inmensa mayoría de la afición nos pareció una
contratación espectacular. Venía a solucionar el desaguisado de la portería,
provocado por Nauzet y Mario, y había esperanzas de que fuera nuestro salvador.
Pero…
El tiempo ha dejado claro que no
es así. Evidentemente, con la temporada que lleva Osasuna a nivel defensivo,
milagros no se pueden pedir. Pero a un arquero de su categoría se le tiene que
exigir más. Mucho más. A los dos porteros rojillos teníamos que exigirles que
parasen lo parable, tampoco mucho más. Sin embargo, a Sirigu había que pedirle
que parase un poquito más, que sacase alguna mano salvadora, casi milagrosa y
que no cometiese errores. Después de verle errar en colocación, salidas y de
demostrar una preocupante falta de comunicación con la defensa, me pregunto en
qué diantres ha mejorado a los dos que ya teníamos. Ha parado penaltis, sí,
incluso detuvo dos en el Calderón. Pero eso ya lo estaba haciendo Mario y
Nauzet lo hizo el año pasado (detuvo tres, esta temporada sólo le han lanzado
uno, que entró). Caso aparte su juego de pies, que mejora en medio punto al de
Mario. Dos casos esperpénticos para porteros de Primera División.
Pero me centraré en su actitud en
el campo, en su carencia comunicativa. Acostumbrado a ver a Nauzet, que gusta
de berrear en el terreno de juego, me he llegado a preguntar si Sirigu es mudo
o si tiene problemas de dicción. Tal vez, y sea lo más probable, la respuesta
correcta es que es un tipo tímido al que le cuesta integrarse en un grupo. O
puede que para él sea un mero trámite esta media temporada en Osasuna. Me llama
la atención no haberle visto, ni en TV ni en fotos, sujetando junto a sus
compañeros la pancarta de agradecimiento que los rojillos portaron al finalizar
el encuentro contra el Deportivo. Bueno no, en realidad no me llama la
atención, realmente me lo esperaba. Cuesta verle mutar su expresión facial, es
casi el hombre de hielo. Hasta los Caminantes Blancos de Juego de Tronos tienen
más registros expresivos. Al menos ellos lanzan de vez en cuando un grito de guerra,
Sirigu no. Es el Mario Casas del fútbol: esté feliz, aburrido, llorando o
echando juramentos, nunca lo sabrás por su cara.
Como es Vasiljevic quien lleva al
equipo (y un escalofrío me recorre la columna cada vez que digo o pienso en
ello), está claro que el italiano seguirá defendiendo la portería rojilla pese
a haberse consumado ya el descenso. Pero habría que recordarle al serbio que la
temporada que viene su flamante fichaje ya no lucirá el escudo de Osasuna en el
pecho. Y, de los tres porteros, sólo hay uno que tenga contrato para la próxima
temporada: Nauzet Pérez. Un hombre que, pese a todas las críticas recibidas (en
muchos casos desmedidas e injustificadas), cuajó una gran campaña en Segunda,
aunque este año se haya visto al nivel del resto de la plantilla. Ha demostrado
nivel de sobra para la categoría de plata y, a mi juicio, debería continuar
junto a uno de los guardametas del Promesas. Salvatore que vuelva a la
Champions, a ver si para alguna.
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